viernes, 19 de abril de 2013

Los aborígenes, esos otros...


         En la dedicatoria de su  libro “La conquista de América. El problema del otro”,  Tzvetan Todorov  nos conmueve con estas palabras: “Dedico este libro a la memoria de una mujer maya  devorada por los perros”.

          Desde esa enunciación quiero recordar en el Día del Aborigen -o de los pueblos originarios o buscando la denominación que a cada quien  parezca más acertada o adecuada- a los habitantes de estas tierras,  esos que fueron “descubiertos” por otras personas con diferentes vidas y costumbres. ¿Estaban cubiertos por algún velo,  una pared,  la oscuridad? Si hubo una constante, de acuerdo a los relatos de la época y a la construcción de la historia, ésa ha sido la crueldad, la forma sanguinaria y destructiva de encontrarse con culturas distintas, asombrosas, perturbadoras. Una colisión con otros.

         De esto habla Todorov. Del relato, de los relatos que no deben  caer en el olvido. Del relato de una historia ejemplar del comportamiento frente al otro: la del descubrimiento y conquista de América.

         Y dice en el comienzo:

Quiero hablar del descubrimiento que el yo hace del otro. El tema es inmenso. Apenas lo formula uno en su generalidad, ve que se subdivide en categorías y en direcciones múltiples, infinitas. Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una sustancia homogénea y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es otro. Pero los otros también son yos: sujetos como yo, que sólo mi punto de vista, para el cual todos están allí y sólo yo estoy aquí, separa y distingue verdaderamente de mí. Puedo concebir a esos otros como una abstracción, como una instancia de la configuración psíquica de todo individuo, como el Otro, el otro  y otro en relación con el yo; o bien como un grupo social concreto al que nosotros no pertenecemos. Ese grupo puede, a su vez, estar en el interior de la sociedad: las mujeres para los hombres, los ricos para los pobres, los locos para los “normales”; o puede ser exterior a ella, es decir, otra sociedad, que será, según los casos, cercana o lejana: seres a los que todo acerca a nosotros en el plano cultural, moral, histórico; o bien desconocidos, extranjeros cuya lengua y costumbres no entiendo, tan extranjeros que, en el caso límite, dudo en reconocer  nuestra pertenencia común  a una misma especie.

            Acaso el miedo, el extrañamiento ante lo distinto, ante  esos seres considerados  extranjeros en su propio territorio, cuyas lenguas y costumbres no entendieron, llevaron a los invasores a dudar y a reconocer la pertenencia común de todos, los que estaban y los que llegaron, a una misma especie: la humana.

            El origen del especial recuerdo de Todorov hacia una mujer maya desgarrada y comida por  perros (¿no es contundentemente simbólica esta dedicatoria?)  es de Diego de Landa, “Relación de las cosas de Yucatán”, y es el que sigue:

El capitán Alonso López de Ávila prendió una moza india y bien dispuesta y gentil mujer, andando en la guerra de Bacalar. Ésta prometió a su marido, temiendo que en la guerra no la matasen, no conocer a otro hombre sino él, y así no bastó persuasión con ella para que no se quitase la vidampor no quedar en peligro de ser ensuciada  por otro varón, por la cual la hicieron aperrear.

            Una escena conmovedora, desequilibrante, digna además de ser tomada por otro de sus costados lamentables: la visión de la mujer como objeto del cual apropiarse. Algo que extiende sus tentáculos hasta nuestros días.

            Y si me resulta particularmente llamativa la postura de Todorov  -y me atrae, además- es, entre otras cosas,  porque tengo el recuerdo de mi infancia y de mi escuela. Se hablaba de los indios, de distintos grupos de seres que existieron alguna vez, en un tiempo lejanísimo y de los cuales ya no quedaban ni siquiera rastros. Todo parejito, homogéneo, unificado. Difícil reconocer y aceptar las diferencias a partir de ese lugar. Difícil, pero no imposible. En la reforma de la Constitución Nacional, en 1994, se reconoció la preexistencia de los pueblos originarios y,  asimismo, entre otros derechos, el de su identidad y el respeto a ella, el de una educación  intercultural y la personería jurídica de sus comunidades. Eso está en la letra de la Carta Magna. Todo un avance: pero el trabajo no termina en eso.

            Traigo un fragmento de Octavio Paz, de su monumental poema “Piedra de Sol”, escrito en 1957, porque me parece apropiado y... porque me place hacerlo:
           
(…)
—¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?, 

¿cuando somos de veras lo que somos?, 
bien mirado no somos, nunca somos 
a solas sino vértigo y vacío, 
muecas en el espejo, horror y vómito, 
nunca la vida es nuestra, es de los otros, 
la vida no es de nadie, todos somos 
la vida —pan de sol para los otros, 
los otros todos que nosotros somos—, 
soy otro cuando soy, los actos míos 
son más míos si son también de todos, 
para que pueda ser he de ser otro, 
salir de mí, buscarme entre los otros, 
los otros que no son si yo no existo, 
los otros que me dan plena existencia, 
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros, 
la vida es otra, siempre allá, más lejos, 
fuera de ti, de mí, siempre horizonte, 
vida que nos desvive y enajena, 
que nos inventa un rostro y lo desgasta, 
hambre de ser, oh muerte, pan de todos, 


(…)