viernes, 13 de junio de 2014

En tu boca


              Hundo en tu boca mi vida...
                                         M. Hernández

Te beso
Hundo entre tus dientes mi lengua
Labios contra labios
Aspiro tu aliento
Hundo en tu boca mi vida
De eso hablo cuando digo
Te beso






lunes, 14 de octubre de 2013

Un vuelo blanco y apenitas gris


      Me sorprende la vida.
     Por ejemplo, nunca puedo darme cuenta cómo es que un día cualquiera, en septiembre, miro a través de la ventana y veo que la pared ya no está sola. Varias guías de la enredadera están cubiertas de pequeñas hojas verdes, brillantes, poderosas en su belleza. Eso sucede de golpe. Puedo asegurar que el día anterior, en medio del ritual de preparar el mate, mientras contaba uno, dos, tres, cuatro... los segundos necesarios para calcular la cantidad de agua, me distraje mirando por la ventana en la espera necesaria y esas hojas no estaban. Increíblemente, cuando se le ocurre, el verde avanza con total desparpajo apoderándose de las paredes, trepando, trepando hasta los techos, acercándose a la ventana. Me deja atónita. Esa explosión de vida vegetal que no se somete a mis cálculos del tiempo, de los tiempos para cada cosa. Me dejo seducir. Es inevitable.
     Hoy es uno de esos días cualquiera. Brilla tanto el sol al mediodía que me parece que me llama. No puedo hacer más que seguirlo, mirarlo hasta encandilarme y luego desviar la mirada y dejar descansar mis ojos en el celeste profundo, inalcanzable y a la vez tan cercano. 
     Y ahora algo se suspende y a la vez se traslada lentamente. Miro lo que parece un papel blanco a medio quemar, bordes color ceniza. Lo sigo. Un movimiento apenas perceptible, un batir de alas y advierto la belleza de un vuelo que no puedo dejar de seguir. El papel es un pájaro meciéndose despaciosamente, planeando, planeando. Apenas otro pequeño movimiento y continúa la tranquilidad del vuelo. Me pierdo en sus dibujos en el aire. Hasta que el pájaro decide atravesar la zona del sol y se funde en la luz. 
     El cielo tan limpio y tan diáfano.  Y el vuelo blanco y apenitas gris.
    Todo eso sucede en el patio de mi casa, un día cualquiera como el de hoy, al mediodía, en primavera.

martes, 9 de julio de 2013

Con los ojos muy abiertos...

  Mi vida ha transcurrido en esta tierra de aguas, de olor a lluvia, de verdes y azules, de horizontes donde la  tierra y el cielo se separan o se unen en una línea casi infinitamente recta. Me deslumbran los atardeceres siempre distintos  y puedo perderme en ese cielo de colores.
  No sé si he echado raíces. La cuestión es que me muevo poco de aquí. Pero algunas de mis ramas llegan hacia otros lugares.
  El verano pasado viajé a Merlo, San Luis. En etapas. Primero, dos días en San Antonio de Arredondo, un pueblo serrano cordobés. El mayor movimiento que recuerdo es el del río, que  en tramos se escurría entre grandes formaciones de piedra, pequeñas cascadas donde el ruido del agua me transportaba a un lugar de paz dentro de mí.
  Al partir, me pareció muy bonito observar desde un puente  ese río, el San Antonio, que en ocasiones desborda de improviso y arrasa con todo lo que encuentra a su paso.
Traslasierras era el destino, Mina Clavero y Nono (la mítica figura de Luca Prodan era un atractivo poderoso…) Para llegar hasta allí, claro está,  tuve que atravesar el camino de las Altas Cumbres. Los colores, la altura, rocas enormes,  laderas con  gran vegetación, otros lugares donde sólo se veía un verde seco y  piedras muy grises y parcelas separadas por extensos muros bajos construidos  con esas mismas piedras. Disfruté muchísimo de ese camino. Fue tal vez más placentero el transcurrir del  viaje que llegar a los sitios previstos. Las dos ciudades tienen su encanto. Nono tenía otro valor agregado. Al fin caminé por sus  calles de tierra, pensando en tantos que habrán cruzado por allí, desde hace siglos. Me senté en un banco de la plaza, me transformé por unos segundos en artesana posando para la foto en un puesto de la feria, precioso, prolijamente armado con tablones de madera de la zona.
  Seguí viaje. Merlo me esperaba, o al menos eso creí. No sé si  de tanto haber escuchado que esa zona tiene un microclima diferente o a causa de mi buen  humor luego de  ver tanta belleza, lo cierto es que en esos lugares me sentí distinta.
  En Pasos Malos, un arroyo de vertiente que se desliza saltando entre enormes rocas  y piedras más pequeñas, adquiriendo  fuerza al caer y luego perdiéndola para volverla a reunir, subí corriente arriba, a veces con dificultad, hasta llegar a una olla que se formaba por chorros de agua que caían desde lo alto. Después de esa mini aventura, me tiré a contemplar la vida boca arriba. Deslumbrada. Miraba el cielo entre las hojas de los árboles. “El sol es una herida que sangra en amarillo, desborda mi corazón, de tan brillante”, me dije. Imaginé a mis venas como ríos, como ramas, como hilos, escurriéndose, saltando, salpicando, empapando el verde.Y pensé: “El día se impregna de mi azul”. 
  ¡Lo que logra el microclima famoso!

Escrito el 13/06/2013, para el taller de Selva Almada, AGMER. Concepción del Uruguay


Río San Antonio, San Antonio de Arredondo, Córdoba. 



Pasos Malos, Merlo,  San Luis. En el centro de la imagen, observando con mucha atención, se ve a Esteban y Verónica Herlax, audaces descubridores del camino que luego seguirían mis y propios malos pasos, haciendo equilibrio entre las rocas y las cascadas.


martes, 21 de mayo de 2013

Una mujer con las ideas claras

SALVADORA MEDINA ONRUBIA
Escritora, anarquista y feminista. Nació en 1894 en La Plata. Murió en 1972, en Buenos Aires.

En 1931 Uriburu clausuró el diario Crítica y encarceló a Salvadora Medina Onrubia y a su esposo, Natalio Botana. Un grupo de intelectuales solicitó a Uriburu su "magnanimidad" por la "triple condición de mujer, poeta y madre" de Salvadora. Pero ella no estuvo de acuerdo con este pedido y desde la cárcel manifestó su desprecio al militar con este texto que sique:

Carta al general Uriburu, Cárcel del Buen Pastor, julio 5 de 1931
Gral. Uriburu, acabo de enterarme del petitorio presentado al gobierno provisional pidiendo magnanimidad para mí. Agradezco a mis compañeros de letras su leal y humanitario gesto; reconozco el valor moral que han demostrado en este momento de cobardía colectiva al atreverse por mi piedad a desafiar sus tonantes iras de Júpiter doméstico. Pero no autorizo el piadoso pedido ... Magnanimidad implica perdón de una falta. Y yo ni recuerdo faltas ni necesito magnanimidades.

Señor general Uriburu, yo sé sufrir. Sé sufrir con serenidad y con inteligencia. Y desde ya lo autorizo que se ensañe conmigo si eso le hace sentirse más general y más presidente. Entre todas esas cosas defectuosas y subversivas en que yo creo, hay una que se llama karma, no es un explosivo, es una ley cíclica. Esta creencia me hace ver el momento por que pasa mi país como una cosa inevitable, fatal, pero necesaria para despertar en los argentinos un sentido de moral cívica dormido en ello. Y en cuanto a mi encierro: es una prueba espiritual más y no la más dura de las que mi destino es una larga cadena. Soporto con todo mi valor la mayor injuria y la mayor vergüenza con que puede azotarse a una mujer pura y me siento por ello como ennoblecida y dignificada. Soy, en este momento, como un símbolo de mi Patria. Soy en mi carne la Argentina misma, y los pueblos no piden magnanimidad.

En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me ha encerrado, me siento más grande y más fuerte que Ud., que desde la silla donde los grandes hombres gestaron la Nación, dedica sus heroicas energías de militar argentino a asolar hogares respetables y a denigrar e infamar una mujer ante los ojos de sus hijos ... y eso que tengo la vaga sospecha de que Ud. debió salir de algún hogar y debió también tener una madre. Pero yo sé bien que ante los verdaderos hombres y ante todos los seres dignos de mi país y del mundo, en este inverosímil asunto de los dos, el degradado y envilecido es Ud. y que usted, por enceguecido que esté, debe saber eso tan bien como yo.

General Uriburu, guárdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta cómo, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio.

En "De anarquistas y feministas, mujeres latinoamericanas a principio del siglo XX". Por María Rosa Figari, María Marta Howhannesiann, Laura Sachetti. En revista PoSible, Serie centenario bicentenario, Ed. El Agora.

jueves, 9 de mayo de 2013

Mi nombre y yo


A la hora de la siesta, en otoño, los jueves nos reunimos algunos locos por los textos en un taller que justamente se llama "Siestas de Otoño" y que coordina mi amiga Betina Scotto. La literatura nos vuelve a encontrar juntas, como siempre.

El primer encuentro estuvo dedicado al nombre, a los recuerdos a él asociados, a las sensaciones que desata... en fin. Hubo que mover algunas piedras para dejar entrar la luz... Y asi resultó esto que sigue:



Margarita


Digo mi nombre.
Mi nombre.
Digo Margarita. Y puedo pensar en perlas desde el origen griego. O en la flor silvestre. O pensarme como la mujer que soy, la que he sido, la niña que fui.

La niña/mujer que estuvo peleada con su nombre e identificada más profundamente con su sobrenombre: Marga. Y luego amigada con el propio nombre: Margarita.
Puedo, también, sorprenderme con uno de los significados populares atribuidos a mi nombre, el que _¿casualmente?_ designa a "aquella que esconde su belleza".
Margarita es, a la vez, un diminutivo en sí mismo. ¿Cómo no sentirme pequeña, la más pequeña? Sí así era, así fue hace muchos años, hasta que el tiempo pasó. Y fui madre. La maternidad me ayudó a aceptar a Margarita cuando me encontré en encrucijadas apretadas para la elección de varios nombres posibles y para acordar entre dos los que llamarían e identificarían para siempre a los propios hijos.
"Margarita es el nombre que pensé para vos. Margarita y no otro. La belleza y la sencillez, un nombre que es frágil y a la vez tiene fortaleza, como la flor silvestre que te nombra". Tantas veces repetía mamá esa explicación, tantas veces, cuando mis ojos grandes y mis preguntas interminables aguardaban las respuestas a los por qué. ¿Por qué ese nombre y no otro, uno más interesante, más importante, más...raro?
Mi nombre. Mi nombre largo. Nueve letras, cuatro sílabas: Mar-ga-ri-ta.
Largo el nombre oficial: Margarita María Presas. Margarita Presas. O: Presas, Margarita María... con olor a escuela y a oficinas.
Y fui Margarita para mi abuela cuentacuentos. La abuela que me invitaba en el invierno a caminar por la veredita del sol "que es el ponchito de los pobres, mi tesorito..." y yo sentía el calor del sol en la espalda y la tibieza en mi mano que ella nunca soltaba y su voz hilvanando y zurciéndome el corazón con los retazos de sus historias familiares. A mí se me mezclaban los avatares del tata Alfonso, su padre hojalatero, venido desde Italia, tan tan lejos; de su madre y sus tías (las "lalas"), sus hermanos y primos...
"¡Margarita María...!" ¡Ay! Ese era el llamado inapelable e ineludible de mi madre cuando algún desastre ocurría y la protagonista era yo o mis hermanas y yo o como casi siempre mi hermana Lucy yo... Lucy. Ese nombre sí que me gustaba, me atraía, sonaba a aventura y a locura desatada, a caminar por la cornisa a la hora de la siesta, a salto al vacío...
Margarita. Margarita me trae ecos cristalinos, es fresco y fragante, con olor a pasto arrancado a puñados; es suave de a ratos y apenas áspero en ocasiones.
Refleja una sonoridad abierta y blanca, trae dedos de luna llena abrazando un redondel amarillo como un sol, el celeste luminoso y diáfano de abril y todos los verdes reflejados en el río.
Margarita suena serio, distante, lejano, impersonal en boca de desconocidos y un tono íntimo y ligero flota en el aire cuando digo "Soy Marga" y la boca se me hace ancha y franca.
Si miro para adentro encuentro un ramo de margaritas, algunas visibles, otras escondiéndose. Algunas dulces, otras agridulces. Una frescura acidulada que me emparenta con el cielo tormentoso de Lugones, un penetrante aroma cítrico y el limonero del patio de la abuela. Y una voz añorada que me dice nuevamente: "Margarita... tesorito mío...."



Una siesta de mayo de 2013. En el taller "Siestas de Otoño", de Betina Scotto.


                  


                      

viernes, 19 de abril de 2013

Los aborígenes, esos otros...


         En la dedicatoria de su  libro “La conquista de América. El problema del otro”,  Tzvetan Todorov  nos conmueve con estas palabras: “Dedico este libro a la memoria de una mujer maya  devorada por los perros”.

          Desde esa enunciación quiero recordar en el Día del Aborigen -o de los pueblos originarios o buscando la denominación que a cada quien  parezca más acertada o adecuada- a los habitantes de estas tierras,  esos que fueron “descubiertos” por otras personas con diferentes vidas y costumbres. ¿Estaban cubiertos por algún velo,  una pared,  la oscuridad? Si hubo una constante, de acuerdo a los relatos de la época y a la construcción de la historia, ésa ha sido la crueldad, la forma sanguinaria y destructiva de encontrarse con culturas distintas, asombrosas, perturbadoras. Una colisión con otros.

         De esto habla Todorov. Del relato, de los relatos que no deben  caer en el olvido. Del relato de una historia ejemplar del comportamiento frente al otro: la del descubrimiento y conquista de América.

         Y dice en el comienzo:

Quiero hablar del descubrimiento que el yo hace del otro. El tema es inmenso. Apenas lo formula uno en su generalidad, ve que se subdivide en categorías y en direcciones múltiples, infinitas. Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una sustancia homogénea y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es otro. Pero los otros también son yos: sujetos como yo, que sólo mi punto de vista, para el cual todos están allí y sólo yo estoy aquí, separa y distingue verdaderamente de mí. Puedo concebir a esos otros como una abstracción, como una instancia de la configuración psíquica de todo individuo, como el Otro, el otro  y otro en relación con el yo; o bien como un grupo social concreto al que nosotros no pertenecemos. Ese grupo puede, a su vez, estar en el interior de la sociedad: las mujeres para los hombres, los ricos para los pobres, los locos para los “normales”; o puede ser exterior a ella, es decir, otra sociedad, que será, según los casos, cercana o lejana: seres a los que todo acerca a nosotros en el plano cultural, moral, histórico; o bien desconocidos, extranjeros cuya lengua y costumbres no entiendo, tan extranjeros que, en el caso límite, dudo en reconocer  nuestra pertenencia común  a una misma especie.

            Acaso el miedo, el extrañamiento ante lo distinto, ante  esos seres considerados  extranjeros en su propio territorio, cuyas lenguas y costumbres no entendieron, llevaron a los invasores a dudar y a reconocer la pertenencia común de todos, los que estaban y los que llegaron, a una misma especie: la humana.

            El origen del especial recuerdo de Todorov hacia una mujer maya desgarrada y comida por  perros (¿no es contundentemente simbólica esta dedicatoria?)  es de Diego de Landa, “Relación de las cosas de Yucatán”, y es el que sigue:

El capitán Alonso López de Ávila prendió una moza india y bien dispuesta y gentil mujer, andando en la guerra de Bacalar. Ésta prometió a su marido, temiendo que en la guerra no la matasen, no conocer a otro hombre sino él, y así no bastó persuasión con ella para que no se quitase la vidampor no quedar en peligro de ser ensuciada  por otro varón, por la cual la hicieron aperrear.

            Una escena conmovedora, desequilibrante, digna además de ser tomada por otro de sus costados lamentables: la visión de la mujer como objeto del cual apropiarse. Algo que extiende sus tentáculos hasta nuestros días.

            Y si me resulta particularmente llamativa la postura de Todorov  -y me atrae, además- es, entre otras cosas,  porque tengo el recuerdo de mi infancia y de mi escuela. Se hablaba de los indios, de distintos grupos de seres que existieron alguna vez, en un tiempo lejanísimo y de los cuales ya no quedaban ni siquiera rastros. Todo parejito, homogéneo, unificado. Difícil reconocer y aceptar las diferencias a partir de ese lugar. Difícil, pero no imposible. En la reforma de la Constitución Nacional, en 1994, se reconoció la preexistencia de los pueblos originarios y,  asimismo, entre otros derechos, el de su identidad y el respeto a ella, el de una educación  intercultural y la personería jurídica de sus comunidades. Eso está en la letra de la Carta Magna. Todo un avance: pero el trabajo no termina en eso.

            Traigo un fragmento de Octavio Paz, de su monumental poema “Piedra de Sol”, escrito en 1957, porque me parece apropiado y... porque me place hacerlo:
           
(…)
—¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?, 

¿cuando somos de veras lo que somos?, 
bien mirado no somos, nunca somos 
a solas sino vértigo y vacío, 
muecas en el espejo, horror y vómito, 
nunca la vida es nuestra, es de los otros, 
la vida no es de nadie, todos somos 
la vida —pan de sol para los otros, 
los otros todos que nosotros somos—, 
soy otro cuando soy, los actos míos 
son más míos si son también de todos, 
para que pueda ser he de ser otro, 
salir de mí, buscarme entre los otros, 
los otros que no son si yo no existo, 
los otros que me dan plena existencia, 
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros, 
la vida es otra, siempre allá, más lejos, 
fuera de ti, de mí, siempre horizonte, 
vida que nos desvive y enajena, 
que nos inventa un rostro y lo desgasta, 
hambre de ser, oh muerte, pan de todos, 


(…)





miércoles, 20 de marzo de 2013

Poesía


La Poesía

Llegas
, silenciosa, secreta,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente

Verdad abrasadora,
¿a qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma
mas hace arder todas las formas. contra invisibles huestes.

Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.

Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.
En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.

Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca.



Octavio Paz