lunes, 14 de octubre de 2013

Un vuelo blanco y apenitas gris


      Me sorprende la vida.
     Por ejemplo, nunca puedo darme cuenta cómo es que un día cualquiera, en septiembre, miro a través de la ventana y veo que la pared ya no está sola. Varias guías de la enredadera están cubiertas de pequeñas hojas verdes, brillantes, poderosas en su belleza. Eso sucede de golpe. Puedo asegurar que el día anterior, en medio del ritual de preparar el mate, mientras contaba uno, dos, tres, cuatro... los segundos necesarios para calcular la cantidad de agua, me distraje mirando por la ventana en la espera necesaria y esas hojas no estaban. Increíblemente, cuando se le ocurre, el verde avanza con total desparpajo apoderándose de las paredes, trepando, trepando hasta los techos, acercándose a la ventana. Me deja atónita. Esa explosión de vida vegetal que no se somete a mis cálculos del tiempo, de los tiempos para cada cosa. Me dejo seducir. Es inevitable.
     Hoy es uno de esos días cualquiera. Brilla tanto el sol al mediodía que me parece que me llama. No puedo hacer más que seguirlo, mirarlo hasta encandilarme y luego desviar la mirada y dejar descansar mis ojos en el celeste profundo, inalcanzable y a la vez tan cercano. 
     Y ahora algo se suspende y a la vez se traslada lentamente. Miro lo que parece un papel blanco a medio quemar, bordes color ceniza. Lo sigo. Un movimiento apenas perceptible, un batir de alas y advierto la belleza de un vuelo que no puedo dejar de seguir. El papel es un pájaro meciéndose despaciosamente, planeando, planeando. Apenas otro pequeño movimiento y continúa la tranquilidad del vuelo. Me pierdo en sus dibujos en el aire. Hasta que el pájaro decide atravesar la zona del sol y se funde en la luz. 
     El cielo tan limpio y tan diáfano.  Y el vuelo blanco y apenitas gris.
    Todo eso sucede en el patio de mi casa, un día cualquiera como el de hoy, al mediodía, en primavera.

martes, 9 de julio de 2013

Con los ojos muy abiertos...

  Mi vida ha transcurrido en esta tierra de aguas, de olor a lluvia, de verdes y azules, de horizontes donde la  tierra y el cielo se separan o se unen en una línea casi infinitamente recta. Me deslumbran los atardeceres siempre distintos  y puedo perderme en ese cielo de colores.
  No sé si he echado raíces. La cuestión es que me muevo poco de aquí. Pero algunas de mis ramas llegan hacia otros lugares.
  El verano pasado viajé a Merlo, San Luis. En etapas. Primero, dos días en San Antonio de Arredondo, un pueblo serrano cordobés. El mayor movimiento que recuerdo es el del río, que  en tramos se escurría entre grandes formaciones de piedra, pequeñas cascadas donde el ruido del agua me transportaba a un lugar de paz dentro de mí.
  Al partir, me pareció muy bonito observar desde un puente  ese río, el San Antonio, que en ocasiones desborda de improviso y arrasa con todo lo que encuentra a su paso.
Traslasierras era el destino, Mina Clavero y Nono (la mítica figura de Luca Prodan era un atractivo poderoso…) Para llegar hasta allí, claro está,  tuve que atravesar el camino de las Altas Cumbres. Los colores, la altura, rocas enormes,  laderas con  gran vegetación, otros lugares donde sólo se veía un verde seco y  piedras muy grises y parcelas separadas por extensos muros bajos construidos  con esas mismas piedras. Disfruté muchísimo de ese camino. Fue tal vez más placentero el transcurrir del  viaje que llegar a los sitios previstos. Las dos ciudades tienen su encanto. Nono tenía otro valor agregado. Al fin caminé por sus  calles de tierra, pensando en tantos que habrán cruzado por allí, desde hace siglos. Me senté en un banco de la plaza, me transformé por unos segundos en artesana posando para la foto en un puesto de la feria, precioso, prolijamente armado con tablones de madera de la zona.
  Seguí viaje. Merlo me esperaba, o al menos eso creí. No sé si  de tanto haber escuchado que esa zona tiene un microclima diferente o a causa de mi buen  humor luego de  ver tanta belleza, lo cierto es que en esos lugares me sentí distinta.
  En Pasos Malos, un arroyo de vertiente que se desliza saltando entre enormes rocas  y piedras más pequeñas, adquiriendo  fuerza al caer y luego perdiéndola para volverla a reunir, subí corriente arriba, a veces con dificultad, hasta llegar a una olla que se formaba por chorros de agua que caían desde lo alto. Después de esa mini aventura, me tiré a contemplar la vida boca arriba. Deslumbrada. Miraba el cielo entre las hojas de los árboles. “El sol es una herida que sangra en amarillo, desborda mi corazón, de tan brillante”, me dije. Imaginé a mis venas como ríos, como ramas, como hilos, escurriéndose, saltando, salpicando, empapando el verde.Y pensé: “El día se impregna de mi azul”. 
  ¡Lo que logra el microclima famoso!

Escrito el 13/06/2013, para el taller de Selva Almada, AGMER. Concepción del Uruguay


Río San Antonio, San Antonio de Arredondo, Córdoba. 



Pasos Malos, Merlo,  San Luis. En el centro de la imagen, observando con mucha atención, se ve a Esteban y Verónica Herlax, audaces descubridores del camino que luego seguirían mis y propios malos pasos, haciendo equilibrio entre las rocas y las cascadas.


martes, 21 de mayo de 2013

Una mujer con las ideas claras

SALVADORA MEDINA ONRUBIA
Escritora, anarquista y feminista. Nació en 1894 en La Plata. Murió en 1972, en Buenos Aires.

En 1931 Uriburu clausuró el diario Crítica y encarceló a Salvadora Medina Onrubia y a su esposo, Natalio Botana. Un grupo de intelectuales solicitó a Uriburu su "magnanimidad" por la "triple condición de mujer, poeta y madre" de Salvadora. Pero ella no estuvo de acuerdo con este pedido y desde la cárcel manifestó su desprecio al militar con este texto que sique:

Carta al general Uriburu, Cárcel del Buen Pastor, julio 5 de 1931
Gral. Uriburu, acabo de enterarme del petitorio presentado al gobierno provisional pidiendo magnanimidad para mí. Agradezco a mis compañeros de letras su leal y humanitario gesto; reconozco el valor moral que han demostrado en este momento de cobardía colectiva al atreverse por mi piedad a desafiar sus tonantes iras de Júpiter doméstico. Pero no autorizo el piadoso pedido ... Magnanimidad implica perdón de una falta. Y yo ni recuerdo faltas ni necesito magnanimidades.

Señor general Uriburu, yo sé sufrir. Sé sufrir con serenidad y con inteligencia. Y desde ya lo autorizo que se ensañe conmigo si eso le hace sentirse más general y más presidente. Entre todas esas cosas defectuosas y subversivas en que yo creo, hay una que se llama karma, no es un explosivo, es una ley cíclica. Esta creencia me hace ver el momento por que pasa mi país como una cosa inevitable, fatal, pero necesaria para despertar en los argentinos un sentido de moral cívica dormido en ello. Y en cuanto a mi encierro: es una prueba espiritual más y no la más dura de las que mi destino es una larga cadena. Soporto con todo mi valor la mayor injuria y la mayor vergüenza con que puede azotarse a una mujer pura y me siento por ello como ennoblecida y dignificada. Soy, en este momento, como un símbolo de mi Patria. Soy en mi carne la Argentina misma, y los pueblos no piden magnanimidad.

En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me ha encerrado, me siento más grande y más fuerte que Ud., que desde la silla donde los grandes hombres gestaron la Nación, dedica sus heroicas energías de militar argentino a asolar hogares respetables y a denigrar e infamar una mujer ante los ojos de sus hijos ... y eso que tengo la vaga sospecha de que Ud. debió salir de algún hogar y debió también tener una madre. Pero yo sé bien que ante los verdaderos hombres y ante todos los seres dignos de mi país y del mundo, en este inverosímil asunto de los dos, el degradado y envilecido es Ud. y que usted, por enceguecido que esté, debe saber eso tan bien como yo.

General Uriburu, guárdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta cómo, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio.

En "De anarquistas y feministas, mujeres latinoamericanas a principio del siglo XX". Por María Rosa Figari, María Marta Howhannesiann, Laura Sachetti. En revista PoSible, Serie centenario bicentenario, Ed. El Agora.

jueves, 9 de mayo de 2013

Mi nombre y yo


A la hora de la siesta, en otoño, los jueves nos reunimos algunos locos por los textos en un taller que justamente se llama "Siestas de Otoño" y que coordina mi amiga Betina Scotto. La literatura nos vuelve a encontrar juntas, como siempre.

El primer encuentro estuvo dedicado al nombre, a los recuerdos a él asociados, a las sensaciones que desata... en fin. Hubo que mover algunas piedras para dejar entrar la luz... Y asi resultó esto que sigue:



Margarita


Digo mi nombre.
Mi nombre.
Digo Margarita. Y puedo pensar en perlas desde el origen griego. O en la flor silvestre. O pensarme como la mujer que soy, la que he sido, la niña que fui.

La niña/mujer que estuvo peleada con su nombre e identificada más profundamente con su sobrenombre: Marga. Y luego amigada con el propio nombre: Margarita.
Puedo, también, sorprenderme con uno de los significados populares atribuidos a mi nombre, el que _¿casualmente?_ designa a "aquella que esconde su belleza".
Margarita es, a la vez, un diminutivo en sí mismo. ¿Cómo no sentirme pequeña, la más pequeña? Sí así era, así fue hace muchos años, hasta que el tiempo pasó. Y fui madre. La maternidad me ayudó a aceptar a Margarita cuando me encontré en encrucijadas apretadas para la elección de varios nombres posibles y para acordar entre dos los que llamarían e identificarían para siempre a los propios hijos.
"Margarita es el nombre que pensé para vos. Margarita y no otro. La belleza y la sencillez, un nombre que es frágil y a la vez tiene fortaleza, como la flor silvestre que te nombra". Tantas veces repetía mamá esa explicación, tantas veces, cuando mis ojos grandes y mis preguntas interminables aguardaban las respuestas a los por qué. ¿Por qué ese nombre y no otro, uno más interesante, más importante, más...raro?
Mi nombre. Mi nombre largo. Nueve letras, cuatro sílabas: Mar-ga-ri-ta.
Largo el nombre oficial: Margarita María Presas. Margarita Presas. O: Presas, Margarita María... con olor a escuela y a oficinas.
Y fui Margarita para mi abuela cuentacuentos. La abuela que me invitaba en el invierno a caminar por la veredita del sol "que es el ponchito de los pobres, mi tesorito..." y yo sentía el calor del sol en la espalda y la tibieza en mi mano que ella nunca soltaba y su voz hilvanando y zurciéndome el corazón con los retazos de sus historias familiares. A mí se me mezclaban los avatares del tata Alfonso, su padre hojalatero, venido desde Italia, tan tan lejos; de su madre y sus tías (las "lalas"), sus hermanos y primos...
"¡Margarita María...!" ¡Ay! Ese era el llamado inapelable e ineludible de mi madre cuando algún desastre ocurría y la protagonista era yo o mis hermanas y yo o como casi siempre mi hermana Lucy yo... Lucy. Ese nombre sí que me gustaba, me atraía, sonaba a aventura y a locura desatada, a caminar por la cornisa a la hora de la siesta, a salto al vacío...
Margarita. Margarita me trae ecos cristalinos, es fresco y fragante, con olor a pasto arrancado a puñados; es suave de a ratos y apenas áspero en ocasiones.
Refleja una sonoridad abierta y blanca, trae dedos de luna llena abrazando un redondel amarillo como un sol, el celeste luminoso y diáfano de abril y todos los verdes reflejados en el río.
Margarita suena serio, distante, lejano, impersonal en boca de desconocidos y un tono íntimo y ligero flota en el aire cuando digo "Soy Marga" y la boca se me hace ancha y franca.
Si miro para adentro encuentro un ramo de margaritas, algunas visibles, otras escondiéndose. Algunas dulces, otras agridulces. Una frescura acidulada que me emparenta con el cielo tormentoso de Lugones, un penetrante aroma cítrico y el limonero del patio de la abuela. Y una voz añorada que me dice nuevamente: "Margarita... tesorito mío...."



Una siesta de mayo de 2013. En el taller "Siestas de Otoño", de Betina Scotto.


                  


                      

viernes, 19 de abril de 2013

Los aborígenes, esos otros...


         En la dedicatoria de su  libro “La conquista de América. El problema del otro”,  Tzvetan Todorov  nos conmueve con estas palabras: “Dedico este libro a la memoria de una mujer maya  devorada por los perros”.

          Desde esa enunciación quiero recordar en el Día del Aborigen -o de los pueblos originarios o buscando la denominación que a cada quien  parezca más acertada o adecuada- a los habitantes de estas tierras,  esos que fueron “descubiertos” por otras personas con diferentes vidas y costumbres. ¿Estaban cubiertos por algún velo,  una pared,  la oscuridad? Si hubo una constante, de acuerdo a los relatos de la época y a la construcción de la historia, ésa ha sido la crueldad, la forma sanguinaria y destructiva de encontrarse con culturas distintas, asombrosas, perturbadoras. Una colisión con otros.

         De esto habla Todorov. Del relato, de los relatos que no deben  caer en el olvido. Del relato de una historia ejemplar del comportamiento frente al otro: la del descubrimiento y conquista de América.

         Y dice en el comienzo:

Quiero hablar del descubrimiento que el yo hace del otro. El tema es inmenso. Apenas lo formula uno en su generalidad, ve que se subdivide en categorías y en direcciones múltiples, infinitas. Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una sustancia homogénea y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es otro. Pero los otros también son yos: sujetos como yo, que sólo mi punto de vista, para el cual todos están allí y sólo yo estoy aquí, separa y distingue verdaderamente de mí. Puedo concebir a esos otros como una abstracción, como una instancia de la configuración psíquica de todo individuo, como el Otro, el otro  y otro en relación con el yo; o bien como un grupo social concreto al que nosotros no pertenecemos. Ese grupo puede, a su vez, estar en el interior de la sociedad: las mujeres para los hombres, los ricos para los pobres, los locos para los “normales”; o puede ser exterior a ella, es decir, otra sociedad, que será, según los casos, cercana o lejana: seres a los que todo acerca a nosotros en el plano cultural, moral, histórico; o bien desconocidos, extranjeros cuya lengua y costumbres no entiendo, tan extranjeros que, en el caso límite, dudo en reconocer  nuestra pertenencia común  a una misma especie.

            Acaso el miedo, el extrañamiento ante lo distinto, ante  esos seres considerados  extranjeros en su propio territorio, cuyas lenguas y costumbres no entendieron, llevaron a los invasores a dudar y a reconocer la pertenencia común de todos, los que estaban y los que llegaron, a una misma especie: la humana.

            El origen del especial recuerdo de Todorov hacia una mujer maya desgarrada y comida por  perros (¿no es contundentemente simbólica esta dedicatoria?)  es de Diego de Landa, “Relación de las cosas de Yucatán”, y es el que sigue:

El capitán Alonso López de Ávila prendió una moza india y bien dispuesta y gentil mujer, andando en la guerra de Bacalar. Ésta prometió a su marido, temiendo que en la guerra no la matasen, no conocer a otro hombre sino él, y así no bastó persuasión con ella para que no se quitase la vidampor no quedar en peligro de ser ensuciada  por otro varón, por la cual la hicieron aperrear.

            Una escena conmovedora, desequilibrante, digna además de ser tomada por otro de sus costados lamentables: la visión de la mujer como objeto del cual apropiarse. Algo que extiende sus tentáculos hasta nuestros días.

            Y si me resulta particularmente llamativa la postura de Todorov  -y me atrae, además- es, entre otras cosas,  porque tengo el recuerdo de mi infancia y de mi escuela. Se hablaba de los indios, de distintos grupos de seres que existieron alguna vez, en un tiempo lejanísimo y de los cuales ya no quedaban ni siquiera rastros. Todo parejito, homogéneo, unificado. Difícil reconocer y aceptar las diferencias a partir de ese lugar. Difícil, pero no imposible. En la reforma de la Constitución Nacional, en 1994, se reconoció la preexistencia de los pueblos originarios y,  asimismo, entre otros derechos, el de su identidad y el respeto a ella, el de una educación  intercultural y la personería jurídica de sus comunidades. Eso está en la letra de la Carta Magna. Todo un avance: pero el trabajo no termina en eso.

            Traigo un fragmento de Octavio Paz, de su monumental poema “Piedra de Sol”, escrito en 1957, porque me parece apropiado y... porque me place hacerlo:
           
(…)
—¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?, 

¿cuando somos de veras lo que somos?, 
bien mirado no somos, nunca somos 
a solas sino vértigo y vacío, 
muecas en el espejo, horror y vómito, 
nunca la vida es nuestra, es de los otros, 
la vida no es de nadie, todos somos 
la vida —pan de sol para los otros, 
los otros todos que nosotros somos—, 
soy otro cuando soy, los actos míos 
son más míos si son también de todos, 
para que pueda ser he de ser otro, 
salir de mí, buscarme entre los otros, 
los otros que no son si yo no existo, 
los otros que me dan plena existencia, 
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros, 
la vida es otra, siempre allá, más lejos, 
fuera de ti, de mí, siempre horizonte, 
vida que nos desvive y enajena, 
que nos inventa un rostro y lo desgasta, 
hambre de ser, oh muerte, pan de todos, 


(…)





miércoles, 20 de marzo de 2013

Poesía


La Poesía

Llegas
, silenciosa, secreta,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente

Verdad abrasadora,
¿a qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma
mas hace arder todas las formas. contra invisibles huestes.

Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.

Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.
En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.

Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca.



Octavio Paz


martes, 12 de febrero de 2013

Dos maravillosas páginas: el capítulo 7 de Rayuela...

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
 Je touche tes lèvres, je touche d'un doigt le bord de tes lèvres, je dessine ta bouche comme si elle naissait de ma main, comme si elle s'entrouvrait pour la première fois, et il me suffit de fermer les yeux pour tout défaire et tout recommencer, je fais naître chaque fois la bouche que je désire, la bouche que ma main choisit et qu'elle dessine sur ton visage, une bouche choisie entre toutes, choisie par moi avec une souveraine liberté pour la dessiner de ma main sur ton visage et qui, par un hasard que je ne cherche pas à comprendre, coïncide exactement avec ta bouche qui sourit sous la bouche que ma main te dessine.

Tu me regardes, tu me regardes de tout près, tu me regardes de plus en plus près, nous jouons au cyclope, nos yeux grandissent, se rejoignent, se superposent, et les cyclopes se regardent, respirent confondus, les bouches se rencontrent, luttent tièdes avec leurs lèvres, appuyant à peine la langue sur les dents, jouant dans leur enceinte où va et vient un air pesant dans un silence et un parfum ancien. Alors mes mains s'enfoncent dans tes cheveux, caressent lentement la profondeur de tes cheveux, tandis que nous nous embrassons comme si nous avions la bouche pleine de fleurs ou de poissons, de mouvements vivants, de senteur profonde. Et si nous nous mordons, la douleur est douce et si nous sombrons dans nos haleines mêlées en une brève et terrible noyade, cette mort instantanée est belle. Et il y a une seule salive et une seule saveur de fruit mûr, et je te sens trembler contre moi comme une lune dans l'eau.

http://www.youtube.com/watch?v=gOcPsaYXk24&feature=player_detailpage




Incitación a la libertad.Cortázar, recordado por el periodista Alfredo Leuco...
Hoy se cumplen 29 años de la muerte de Julio Cortázar. Y el año que viene vamos a celebrar el centenario de su luminoso nacimiento. Es la mejor ocasión para repetir una y mil veces:
Queremos tanto a Julio.
Le debemos tanto los argentinos a Julio Cortázar que en paz descanse. Murió en París donde eligió vivir. Una leucemia analfabeta le fue erosionando su cuerpo pero su corazón ya venía muerto desde la muerte de su gran amor, de Carol Dunlop, su tercera esposa con la que hoy comparte el cielo y la tierra en el cementerio de Montparnasse.
Queremos tanto a Julio.
Le debemos tanto. En la literatura, es decir en el placer y el goce por la belleza pura y en la política, es decir en el compromiso solidario con los más débiles y los buscadores eternos de utopías y de la igualdad entre los hombres.
Los libros fueron su tabla de salvación. La posibilidad de seguir flotando aún en las tormentas más terribles. En su casa de la infancia de Banfield, se encerró a leer día y noche cuando su padre los abandonó para siempre, sin decir una palabra. A escribir día y noche, también se encerró en su casa de la madurez en París cuando América Latina empezó a desgarrarse en su alma. Nunca dejó de ser un cronopio que sólo perseguía su regocijo personal. Vos sabés, le dijo a Fernández Retamar, en una carta de 1967, que el almidón y yo, no hacemos buenas camisas. Era tierno y tenía un sentido del humor maravilloso. Disfrutaba de la metafísica de Macedonio Fernández porque se reía a carcajadas. El realismo socialista siempre le resultó aburrido, pesado, decía que en esos casos la ideología mataba a la literatura y que llegó a sentir horror por esos escritores de obediencia.
Julio Florencio Cortázar tenía cara de chico aún en sus 69 moribundos años. Y era un chico a la hora de escribir como un cronopio que buscaba lo lúdico. Siempre el juego. En su niñez imaginaba animales mitológicos para sorprender y sorprenderse y apostó siempre a lo fantástico, a esa dimensión alucinante de la realidad más cotidiana. La supo encontrar y la supo contar.
Con Borges compartió muchas más cosas de lo que los militantes políticos literarios de los finales del 60 podían imaginar. Porque era una de las tantas antinomias, como se decía entonces. Borges o Cortázar. El reaccionario de derecha o el amigo de la Cuba de Fidel y el Chile de Salvador Allende. Borges o Cortázar, como una segunda vuelta de la batalla entre Boedo y Florida, era discusión apasionada en las universidades y los bares. Sin embargo, ambos amaron profundamente los laberintos, el tango, el jazz y las muchachas de ojos verdes como La Maga. Ambos fueron tozudos antiperonistas y quisieron morir fuera de la Argentina. Y allá están sus restos, mas cerca entre sí que de nosotros. Y en lo que para muchos fue una señal mágica, Borges fue el editor del primer cuento de Cortázar en la revista “Los anales de Buenos Aires”. 
Queremos tanto a Julio.
Le debemos tanto. Y los periodistas de mi generación lo amamos porque metió de prepo el lenguaje de la calle en la alta literatura. Porque todos alguna vez intentamos imitarlo sin el menor de los éxitos, porque todos alguna vez lo leímos con el mayor de los placeres.
Primero fue un revolucionario de las letras y después de las ideas. Fue un antes y un después de la barba. Primero sacudió la estructura de la novela con Rayuela. Puso al lector en un pie de igualdad con el autor. Le permitió que cada uno eligiera su propia novela en esa maravillosa caja china que fue Rayuela, con una novela dentro de otra, con ese rompecabezas para jugar, siempre jugar con el ingenio y las neuronas y sobre todo con el lenguaje al que lo dio vuelta como una media una y mil veces.
Cuando viajó a Cuba se conmovió al ver un pueblo haciendo la revolución y su vida cambió. Y los personajes y los puntos de vista en sus libros, también. Con el Che Guevara, en su “Libro de Manuel” hizo una crítica dura a los dogmáticos de la guerrilla y ya que estamos en ese libro imperdible digamos que el protagonista se llamaba Marcos y que por eso el subcomandante zapatista de Chiapas se bautizó con ese nombre. En homenaje a Cortázar que, de estar vivo, dice, apoyaría la causa hoy casi pacifista de los zapatistas, con el mismo entusiasmo con que apoyó a los sandinistas en esa Nicaragua tan violentamente dulce.
Queremos tanto a Julio.
Le debemos tanto.
Su inclaudicable y corajuda lucha por denunciar a la dictadura argentina y reclamar por los desaparecidos porque sentía al país lejano como su “Casa Tomada”, como esa pesadilla que escribió de un saque, con todos los fuegos el fuego. Cortázar si que dio vuelta al día en 80 mundos y en su último round tuvo “62 modelos para armar”. Nunca olvidó el susto que se pegó a los 9 años cuando robó un libro de Edgar Allan Poe para leerlo ni el placer que sintió cuando tradujo toda su obra. Julio Cortázar fue un grande, uno de los padres eternos de nuestra literatura. Sus cuentos tienen la impronta de dos de sus ídolos, de Charlie Parker y de Justo Suarez. La cadencia y el torrente que improvisa del saxofonista del jazz y la habilidad para esquivar y la dureza para pegar del boxeo del Torito de Mataderos.
Queremos tanto a Julio. Le debemos tanto. Por dos motivos fundamentales. Porque todos sus textos son una incitación a la libertad y una apología de la belleza.






http://www.continental.com.ar/opinion/bloggersalfredo-leuco/incitacion-a-la-libertad/blog/1840674.aspx

martes, 8 de enero de 2013

¿Qué puedo leer?

Hay tanto para leer... a veces nos hacemos esa pregunta, cuando nos sentimos desorientados y tenemos ganas de retomar la lectura.
Hoy encontré en el muro de Facebook del Taller de Escritura Narrativa, algo que dijo Roberto Bolaño.  Y aquí lo dejo, como lo que es: una sugerencia, un camino o varios senderos para recorrer. Que sea con mucho placer.
 
 Roberto Bolaño y sus lecturas recomendadas...
     "Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares.

      "Lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.

      "La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra. Piensen en Edgar Allan Poe. Uno debe pensar en él, de ser posible: de rodillas.

      "Otros libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas.

      "Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo."
 



Y aquí van dos poemas breves de Roberto Bolaño:

VI
Nadie te manda cartas ahora   Debajo del faro
en el atardecer   Los labios partidos por el viento
Hacia el Este hacen la revolución   Un gato duerme
entre tus brazos  A veces eres inmensamente feliz

VII
En la sala de lecturas del Infierno  En el club
de aficionados a la ciencia-ficción
En los patios escarchados   En los dormitorios de tránsito
En los caminos de hielo   Cuando ya todo parece más claro
Y cada instante es mejor y menos importante
Con un cigarrillo en la boca y con miedo   A veces
los ojos verdes   Y 26 años   Un servidor

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Publicado en
Le Prosa
Revista de Escritura Literaria / 3
Director: Orlando Guillén
México, febrero de 1981.



sábado, 5 de enero de 2013

Lluvia



Mansamente se deshace la lluvia.
El sonido de las gotas me distrae…
Me lleva a los espejos, a la infancia.

Entre los verdes, el limonero
y sus azahares,
el sol, las risas, el patio
y todas las voces en los cuentos de la abuela.

¿Por qué la sal,
la piedra hundiéndose en el río,
otros pasos caminando  la vereda?




viernes, 4 de enero de 2013

Feliz Año Nuevo…





 Cuando era una niña,  no dejaba de asombrarme la felicidad que parecía traer la llegada de un nuevo año…
Recuerdo la emoción de  quitar la última hojita con el numero 31 bien grandote y la novedad de estrenar otro con el número 1, igual de grande, prolijito y con olor a papel nuevo, que luego se iría gastando, con el transcurso de los meses y la ayuda de varias  manos  ansiosas por llegar primero a tirar desde abajo hasta despegar la hoja rectangular,  con el santo del día y la frase que se leía en la parte de atrás.
Motivos siempre había, por otra parte, para que algo nos disputáramos: no sólo la hojita del almanaque, sino también los juegos, los amigos, la bicicleta de la tía (una para todos y todos para una…),  los cuentos de la abuela, ayudar a mamá con las carpetas de la escuela, la falda de papá, los libros que  buscábamos en la Biblioteca Popular “El Porvenir”… ¡Qué nombre magnifico! Yo me imaginaba que mis hermanos y yo formaríamos parte algún día de ese Porvenir… palabra que también aparecía en los mensajes que llegaban por correo en hermosas tarjetas que se colocaban bien a la vista al pie del arbolito o entre sus ramas. Un arbolito enorme que armaba la tía. Lograr que nos diera una mínima participación era toda una proeza, como alcanzar algún globo, por ejemplo,   algo sumamente frágil para nuestras manos torpes. Aquello  era como tocar el cielo con las manos o, aunque sea, la estrella que coronaba el arbolito y que la tía colocaba con tanta delicadeza, dando punto final a la cosa, trepada a una escalera y haciendo equilibrio. Era alto en serio el arbolito.  Yo juntaba las manos rogando que no se cayera, sobre todo que no sucediera justo  sobre el arbolito y lo desarmara. Mis ruegos parece que eran escuchados: la tía nunca jamás se cayó  y el arbolito quedaba paquetísimo, completamente lleno adornos  cuyo número aumentaba año a año.
Y también estaba el pesebre. Papá y la tía se ocupaban  de todo con anticipación. Con mucha anticipación, eran otros los tiempos… Chorreaban con  pintura de colores las  hojas de papel madera que luego abollábamos (otra digna tarea para manos de niño) para que alcanzaran un aspecto rugoso, algo  que creíamos tan parecido a las rocas. Esas   falsas rocas de papel madera arrugado que trepaban  hasta el techo, tapando  cajones y otros elementos  y que formaban  casi en el centro una suerte de cueva donde se instalaba el pesebre. ¡Que increíble cantidad de piezas tenía el pesebre de la tía!  María y José, el Niño,  los  Reyes, pastores,   vacas,  cabras, hasta gallinas  -de algo seguro que me olvido- y   el infaltable burro que daba aliento al niñito Jesús (de paso, jamás en casa se habló de Papá Noel… eso delata mi edad, por supuesto). Y el toque final, las hileritas de luces intermitentes que le daban un toque mágico al pesebre y también al arbolito.
¡Cuántos rituales para celebrar la Navidad y esperar el Año Nuevo!
Durante la cena, observaba a los grandes de la familia. A mis tíos que venían desde lejos,  a mis abuelos  que parecían rejuvenecidos entre tanta alegría.  La reunión transcurría entre anécdotas conocidas, generalmente repetidas y con algún nuevo detalle a medida que los años pasaban, bromas,  carcajadas,  conversaciones entrecruzadas, los tonos de voz cada vez más  elevados y ese contar los minutos faltantes para las 12. Y los brindis, los buenos deseos, los abrazos y las infaltables lágrimas de mi tía, generalmente porque –además de haber regado previamente su sensibilidad con algunas copas, como la mayoría de los adultos  en esa mesa, excepto mamá, o al menos eso es lo que recuerdo- se acordaba de su papá, el abuelo que no alcancé a conocer… Yo me preguntaba cómo una mujer  tan grande lloraba todavía la muerte de su padre, después de tantos años -que en realidad no eran tantos, visto desde estos tiempos que ahora transcurro-. Hasta que eso me sucedió a mí,  eso de estar disfrutando  con la gente querida y a la vez extrañando a los que ya no volverán a alegrar las reuniones con sus risas y sus ocurrencias… Claro que mis lágrimas se deslizan por dentro.
Y ahora se me hace mucho más entendible por qué a mamá no le gustaban demasiado las Fiestas… Ni ésas ni otras, sólo los cumpleaños de los hijos y luego de sus nietos, ocasiones en las que desplegaba sus habilidades de repostera, mimos que no se olvidan, sabores que no volverán más que en la memoria y en las charlas. “Falta el lemon pie de la abuela, las galletitas de harina de maíz, las otras  galletitas dulces, esas con formas de animalitos, la tarta con frutilla y crema… ¿Por qué nadie le pidió  la receta?”. Reproche este último que es inútil: ninguna de las hijas  estamos interesadas en cocinar como mamá y además… el sabor que  ella le daba a sus exquisiteces tenía otros ingredientes imposibles de imitar: los que cada uno de nosotros les agrega en el recuerdo.
Desde hace unos años soy una integrante del grupo de “los grandes de la familia” y estoy transcurriendo mis días en ese anunciado porvenir de mi infancia. No sé qué imagen les dejaremos a los más jóvenes y a los niños… Tan mala no debe ser, ya que siempre buscan seguir reuniéndose y son los  que se encargan de muchos detalles. No sé si es por la temperatura elevada del verano en estas fechas… pero siempre se nota  una  preocupación expresa por las conservadoras, cuántas botellas de algo lleva cada uno, que no falte  el hielo… supongo que debe ser porque el calor de los afectos es tan grande, los deseos de alegría y paz para el nuevo año son tan ardientes, los abrazos tan largos y apretados…
Sí, tal vez sea por eso y probablemente  porque algunos hilitos tibios  y salados se escapan ante algunas miradas cuando los buenos deseos inundan la noche y los fuegos artificiales iluminan el cielo de luces de colores, tan atractivos como la esperanza que nos invade: que la paz deje de ser una utopía y que nos permitamos vivir con alegría cada día del tiempo que nos queda.




Autor de la imagen: Kazuko Nomoto